lunes, 26 de septiembre de 2011

Capítulo 1.2


Los rayos de Sol que se colaban entre los árboles me cegaban los ojos, acababa de despertarme, tumbada en el suelo. Me levanté y me apoyé en un árbol, ya que me sentía mareada. Miré a mí alrededor, había una extensión de tierra con casitas.
No sabía exactamente donde me encontraba, pero decidí acercarme a preguntar. Seguí el sendero que seguía hasta la entrada, y pasé. No había nadie, así que entré dentro de la más grande de las casetas. Era un gimnasio, escuchaba el sonido del agua correr. En un banco vi ropa doblada, y cogí una camiseta, era de chica. Cogí también los pantalones, y salí corriendo.
 En mitad del bosque, me desvestí, dejé el delicado vestido sobre el suelo y me puse esa ropa. Me quedaba un poco grande, pero aun así, era lo único que tenía. Apreté con fuerza los cordones del pantalón, y los ceñí a mi delgada cadera. No recordaba la última vez que había comido, pero necesitaba integrarme en este lugar lo antes posible. Veía como la gente iba entrando, cada familia iba a una casa, todos sonrientes y unidos. ¿Y mi familia? ¿Dónde estaría?
Poco a poco se perdía el brillo del día, y se encendían los faroles. Vi aparecer a un grupo de amigos, que me llamó la atención, porque no era una familia. Les observé, vi a una pareja unida, sin embargo, un chico y dos chicas iban detrás. Era con el único grupo con el que encajaba, así que tenía que buscar la forma de unirme a ellos.
Ambos tenían gran belleza, uno de los dos, era rubio y fuerte, con unos preciosos ojos verdes, el otro, en cambio tenía un pelo cobrizo, y los ojos color avellana, en mi opinión era muy delgado, pero tampoco era quién para decir nada.
Escondida tras un árbol, intenté oír la conversación, pero solo se reían. ¿Qué debía hacer? Necesitaba alimento, y si conseguía entrar con ellos, me darían la comida que quería, un refugio, y algo de compañía.
Necesitaba un plan, pero no tenía tiempo de pensarlo, ya era de noche, y ya estaban metidos dentro de la cabaña.
Sin pensarlo dos veces, agarré el pomo, y lo giré. Entré con sigilo, procurando acostumbrarme a la falta de luz, para no chocar con nada.
Logré ver un pequeño salón, con dos sofás y una mesita de té, a la izquierda estaba la cocina, pero no estaba separada de este. A continuación le seguían unas escaleras, y las subí. Daba directamente a una habitación, donde estaban los dos chicos y las tres chicas durmiendo en unas altas literas. También había un escritorio y una silla, y un gran baúl en la esquina de la estancia.
De inmediato bajé a la cocina y abrí la nevera. Dentro había latas de conserva y, entre tantas bolsas, logré coger un tomate, y un plátano. Le di un mordisco al tomate, pero sin querer pegué un portazo al cerrar el frigorífico. Salí de la casa antes de que nadie me viese, y ya fuera, acabé de comerme lo que cogí.
Entre el inmenso silencio, oí unos pasos que al instante me pusieron en alerta, corrí hacia dentro del bosque, y, un chico rubio me buscaba entre la oscuridad de la noche. ¿Debía salir? Sí, sí que debía salir, y acercarme a él. La oportunidad se me había presentado, y no podía desperdiciarla. Di varios pasos hacia adelante, pero no me vio. Iba a cerrar la puerta cuando grité.
-¡No!
Asustado, se dio la vuelta, y entonces noté su mirada.
-¿Quién eres tú?
No sabía que contestar, así que solamente di unos pasos más. La luz de un farolillo me alumbró.
-Dios mío, ¿estás herida?
Incomprendida, me miré la ropa, y vi que de mi rodilla caía un poco de sangre, me habría hecho un rasguño por alguna rama.
-Venga, pasa. –Me dijo.
Tímidamente, entré a la casa. Disimulaba mis conocimientos sobre la casa, y él me agarró del brazo y me condujo hacia el baño, en el piso de arriba.
Cogió un pañuelo y abrió una palanca, de la que salió un chorro de agua. Mojó el pañuelo y se agachó para quitarme la sangre. Al mínimo contacto, pegué un respingo. Él quitó rápidamente el brazo, al creer que me había hecho daño.
-Yo… lo siento, es que, prefiero quitármela yo. Gracias. –Dije en un hilo de voz.
-Está bien. ¿Quieres comer algo? Pareces hambrienta.
-No, gracias, de verdad. Ya he tomado algo.
Terminé de limpiarme la pierna, y me levanté. Entonces, fui a la palanca, y la empujé. Me pareció asombroso como corría el agua, a tanta velocidad y con tanta fuerza. Enjuagué el pañuelo y lo dejé sobre  la encimera.
-¿De dónde eres? –Me preguntó.
-Eh… ¿Podríamos dejar eso a parte? No, quiero hablar de ese tema. –Susurré.
-Vale… bien, ¿tienes a dónde ir?
-No.
-¿Te gustaría quedarte? Ya sabes, hasta que tengas un lugar a dónde ir y eso…
-No sé si lo encontraré, pero me encantaría. Claro, si no es molestia.
-¡No! Claro que no. –Exclamó el chico con una sonrisa de oreja a oreja.
-Por cierto, ¿cómo te llamas? –Pregunté.
-Soy Blake. ¿Y tú?
- Fayette. –Contesté.
-Vaya, que bonito.
-Gracias. –Dije sonrojada.
-Es tarde, deberías dormir.
-Y, ¿dónde dormiría?
-Quedan literas libres. Sígueme.
Le hice caso, y fuimos a la habitación, y preparó mi cama. Se lo agradecí, y sin más pensarlo, me metí en la cama.
Al despertarme oí voces hablando, me levanté, y, cuidadosamente, fui hacia ellas.
-No sé por qué le dejas que se quede aquí.
-¿Qué tiene de malo? Necesitaba ayuda. ¡Está anoréxica! Y no creo que sea porque quiere, además, creo que le pasa algo. No conocía el grifo. Así se adapta mejor a la actualidad. Es justo. –Decía la voz de Blake.
-Pero la has metido aquí por tu cuenta, no nos has pedido permiso. Tú no eres el que organiza esto. –Comentó la voz de otro chico.
-Pero nos necesita. –Le respondió Blake.
Decidí intervenir, así que me asomé por la esquina de la cabaña, y allí estaban todos desayunando.
-Buenos días. –Dije.
Todos se callaron al instante, y me miraron incrédulos. Al parecer, no me habían visto bien mientras dormía o algo así.
-Si molesto me voy… -Añadí con tristeza.
-¡No! –Exclamó el otro chico. – No hace falta, te puedes quedar.

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