jueves, 13 de octubre de 2011

Capítulo 2.1

Allí estaba ella, casi oculta por la pared. Me sorprendió mucho la reacción de Cedric, hacía segundos estaba de acuerdo con Alex, y quería echarla, y ahora aparecía ella, y se cambiaban sus ideales.  Al cabo de un momento, se levantó y le trajo un cuenco y el paquete de cereales. Me asombraba su comportamiento, pero no le dejé en evidencia.
Era una chica extraña, antes de meterse la cuchara en la boca, la miró varias veces, y finalmente, comió. Alex y Cathy estuvieron calladas, incluso más de lo normal. Su pelirrojo cabello le caía por la espalda, tenía una piel muy clara, que le hacía contraste con el azul tan fuerte que tenía en los ojos.
-Oye… ¿Vas a contarnos algo? –Pregunté con curiosidad.
-Eh… -Susurró ella.
-¿Eres de aquí? –Dijo Alex.
-No.
Guardó silencio, al igual que los demás.
-¿De Irlanda? ¿Australia? –Preguntó nuevamente.
-Yo… No conozco eso.
¿No conocía eso? ¿Cómo que no conocía eso? Quería respuestas, tenía curiosidad, pero debía respetar su intimidad. Estaba nerviosa, con desconocidos, asustada, en un lugar que no ha visto nunca.
-Quizás es nórdica, allí también tienen la piel así de clara, no hay mucho sol… -Comentaba Cathy.
-No, tampoco soy eso.
-¿Y cómo has llegado hasta aquí? ¿Dónde están tus padres? ¿Y tus amigos? –Preguntó esta vez Cedric.
-No lo sé, no sé nada. Me desperté en medio del campo, no sé más, ni tampoco quiero saberlo. –Contestó cuidadosa.
-Bien, ya sabemos algo, has aparecido en medio del campo. ¿Recuerdas a alguien, que te engañase, o que te llevase hasta allí?
-No, no. No hay nadie. –Exclamó.
- Vale, ya está bien por ahora, se nota que no quiere hablar, cuando coja confianza, ya dirá algo. –Concluyó Cathy.
Fayette le lanzó una mirada de agradecimiento a Cathy, y está se la devolvió con interés. Yo simplemente contemplaba la situación. A Alex no parecía caerle muy bien, pensaba que estaba ‘’acoplada’’ a nosotros, tenía algo de razón, pero lo necesitaba. Cedric, en cambio, no sabía qué tramaba. Era extraño ese cambio repentino, a lo mejor al ver su aspecto decaído, se lo replanteó de nuevo. Audrey ni siquiera le había dirigido la mirada, hacía lo mismo que yo, dejaba lo complicado a los demás, mientras, intentábamos unir las ideas, y saber algo más de esta misteriosa chica.
Cathy era la que, según me pareció, mejor se llevaba con ella, al parecer, se habían sonreído, y cuando empezásemos a hacer actividades en el campamento, podía jurar que se quedarían juntas. Era una chica tímida, pero ha encontrado otra que es parecida a ella.
-Pues vamos, que ya casi son las diez, y hay mucha mañana por delante.
-¿Me podrías dejar algo de ropa? –Le susurró Fayette a Cathy.
-Sí, claro. Ven, vamos a la habitación, y te cojo algo. Pero si te vas a quedar aquí, tendrías que comprar algo. ¿Tienes dinero? –Contestaba mientras subía las escaleras.
Los demás también subimos, y nos distribuimos por la casa para cambiarnos de ropa. Cuando hubimos terminado, salimos y nos dirigimos hacia un gran patio árido por donde pasaban muchas personas, la mayoría turistas. Era usual que no alquilasen ninguna estancia, entonces ponían los sacos en la plaza trasera. Era un amplio lugar, pero, aunque estuviésemos en la montaña, apenas había árboles o hierba, no había nada hasta las vallas, que marcaban el límite de este terreno, y entonces comenzaba el bosque.
En este patio, había un gran tablón con un horario, y en esta hora tocaba  que viniese un tutor para organizar un paseo por la montaña. Era la primera hora, aunque nosotros habíamos pasado un día entero, lo habíamos pasado visitando las diferentes salas, para no tener que llegar tarde otra vez.
Unos veinte minutos más tarde, apareció un señor, que pedía a gritos que se le unieran más personas, así que nos acercamos hacia él.
-¿Vais a venir? –Preguntó emocionado.
-Sí, claro. ¿Qué pasa? –Dijo Cedric.
- Nadie quiere una visita guiada, ¿sabes? Es un monte, no hace falta que te lleven, pues ya se enterarán cuando se pierda alguien a se enterarán cuando cojan una seta venenosa, o se encuentren con osos.
-¿Hay osos? –Exclamó Audrey.
-No, pero bueno, nadie sabe qué se puede encontrar uno en medio del monte. ¿No?
-Eh… sí, claro.- Dijo Cedric.
Al final se unió una pareja más a nosotros, y emprendimos el viaje.
Nos llevó por un sendero llenos de árboles, todo repleto de hierba y flores. Notaba la humedad que había en el ambiente, pero a su vez, el calor que emanaba el Sol. Las pequeñas hojas de los arbustos rozaban contra mis brazos al pasear por el estrecho camino.
-Si continuamos un poco más, nos acercaremos a un rio, y podremos pararnos a recoger unas cuantas setas. Vamos, vamos.
Así que le seguimos, hasta que delante nuestra había un inmenso río, donde vimos más visitantes, que se refrescaban, o simplemente admiraban el paisaje.
El guía se agachó frente a un árbol y rebuscó entre un montón de hojas caídas y hierba, y finalmente extrajo una seta marrón.
-Estas las podéis coger, se llaman Amanita… está la podéis ingerir. ¿O no? Realmente, recuerdo que… ¿Habéis descansado? Nos queda mucho camino. –Comentó el guía.
- Qué ganas tengo de volver al campamento. – Dijo Alex.
-Ahora entiendo por qué nadie quería venir. –Añadió Cedric.
Vi cómo Fayette miraba extrañada a Cathy, y esta le sonreía con tristeza. Era como que no entendiese nada de lo que pasaba a su alrededor, como si no hubiese vivido nada en todos los años que llevaba vida, como si hubiese perdido su memoria. Cualquier conclusión me parecía aun más irreal que la anterior, pero no le quería preguntar nada a ella, resultaría incómodo para ambos.
Por suerte, Cathy se cayó y se hizo daño en la rodilla, así que no pudimos continuar, y volvimos al campamento, mientras el guía refunfuñaba sobre lo ignorante que éramos los jóvenes.
Nada más llegar, Cedric lanzó una mochila con cantimploras contra la pared, y se dejó caer sobre el sofá, acción que imitó Audrey. Me dirigí hacia la cocina y bebí un buen trago de agua fresca. Luego fui a la habitación, y allí las chicas se sobresaltaron por mi visita. Avergonzado, me di media vuelta, pero alguien me llamó.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Capítulo 1.2


Los rayos de Sol que se colaban entre los árboles me cegaban los ojos, acababa de despertarme, tumbada en el suelo. Me levanté y me apoyé en un árbol, ya que me sentía mareada. Miré a mí alrededor, había una extensión de tierra con casitas.
No sabía exactamente donde me encontraba, pero decidí acercarme a preguntar. Seguí el sendero que seguía hasta la entrada, y pasé. No había nadie, así que entré dentro de la más grande de las casetas. Era un gimnasio, escuchaba el sonido del agua correr. En un banco vi ropa doblada, y cogí una camiseta, era de chica. Cogí también los pantalones, y salí corriendo.
 En mitad del bosque, me desvestí, dejé el delicado vestido sobre el suelo y me puse esa ropa. Me quedaba un poco grande, pero aun así, era lo único que tenía. Apreté con fuerza los cordones del pantalón, y los ceñí a mi delgada cadera. No recordaba la última vez que había comido, pero necesitaba integrarme en este lugar lo antes posible. Veía como la gente iba entrando, cada familia iba a una casa, todos sonrientes y unidos. ¿Y mi familia? ¿Dónde estaría?
Poco a poco se perdía el brillo del día, y se encendían los faroles. Vi aparecer a un grupo de amigos, que me llamó la atención, porque no era una familia. Les observé, vi a una pareja unida, sin embargo, un chico y dos chicas iban detrás. Era con el único grupo con el que encajaba, así que tenía que buscar la forma de unirme a ellos.
Ambos tenían gran belleza, uno de los dos, era rubio y fuerte, con unos preciosos ojos verdes, el otro, en cambio tenía un pelo cobrizo, y los ojos color avellana, en mi opinión era muy delgado, pero tampoco era quién para decir nada.
Escondida tras un árbol, intenté oír la conversación, pero solo se reían. ¿Qué debía hacer? Necesitaba alimento, y si conseguía entrar con ellos, me darían la comida que quería, un refugio, y algo de compañía.
Necesitaba un plan, pero no tenía tiempo de pensarlo, ya era de noche, y ya estaban metidos dentro de la cabaña.
Sin pensarlo dos veces, agarré el pomo, y lo giré. Entré con sigilo, procurando acostumbrarme a la falta de luz, para no chocar con nada.
Logré ver un pequeño salón, con dos sofás y una mesita de té, a la izquierda estaba la cocina, pero no estaba separada de este. A continuación le seguían unas escaleras, y las subí. Daba directamente a una habitación, donde estaban los dos chicos y las tres chicas durmiendo en unas altas literas. También había un escritorio y una silla, y un gran baúl en la esquina de la estancia.
De inmediato bajé a la cocina y abrí la nevera. Dentro había latas de conserva y, entre tantas bolsas, logré coger un tomate, y un plátano. Le di un mordisco al tomate, pero sin querer pegué un portazo al cerrar el frigorífico. Salí de la casa antes de que nadie me viese, y ya fuera, acabé de comerme lo que cogí.
Entre el inmenso silencio, oí unos pasos que al instante me pusieron en alerta, corrí hacia dentro del bosque, y, un chico rubio me buscaba entre la oscuridad de la noche. ¿Debía salir? Sí, sí que debía salir, y acercarme a él. La oportunidad se me había presentado, y no podía desperdiciarla. Di varios pasos hacia adelante, pero no me vio. Iba a cerrar la puerta cuando grité.
-¡No!
Asustado, se dio la vuelta, y entonces noté su mirada.
-¿Quién eres tú?
No sabía que contestar, así que solamente di unos pasos más. La luz de un farolillo me alumbró.
-Dios mío, ¿estás herida?
Incomprendida, me miré la ropa, y vi que de mi rodilla caía un poco de sangre, me habría hecho un rasguño por alguna rama.
-Venga, pasa. –Me dijo.
Tímidamente, entré a la casa. Disimulaba mis conocimientos sobre la casa, y él me agarró del brazo y me condujo hacia el baño, en el piso de arriba.
Cogió un pañuelo y abrió una palanca, de la que salió un chorro de agua. Mojó el pañuelo y se agachó para quitarme la sangre. Al mínimo contacto, pegué un respingo. Él quitó rápidamente el brazo, al creer que me había hecho daño.
-Yo… lo siento, es que, prefiero quitármela yo. Gracias. –Dije en un hilo de voz.
-Está bien. ¿Quieres comer algo? Pareces hambrienta.
-No, gracias, de verdad. Ya he tomado algo.
Terminé de limpiarme la pierna, y me levanté. Entonces, fui a la palanca, y la empujé. Me pareció asombroso como corría el agua, a tanta velocidad y con tanta fuerza. Enjuagué el pañuelo y lo dejé sobre  la encimera.
-¿De dónde eres? –Me preguntó.
-Eh… ¿Podríamos dejar eso a parte? No, quiero hablar de ese tema. –Susurré.
-Vale… bien, ¿tienes a dónde ir?
-No.
-¿Te gustaría quedarte? Ya sabes, hasta que tengas un lugar a dónde ir y eso…
-No sé si lo encontraré, pero me encantaría. Claro, si no es molestia.
-¡No! Claro que no. –Exclamó el chico con una sonrisa de oreja a oreja.
-Por cierto, ¿cómo te llamas? –Pregunté.
-Soy Blake. ¿Y tú?
- Fayette. –Contesté.
-Vaya, que bonito.
-Gracias. –Dije sonrojada.
-Es tarde, deberías dormir.
-Y, ¿dónde dormiría?
-Quedan literas libres. Sígueme.
Le hice caso, y fuimos a la habitación, y preparó mi cama. Se lo agradecí, y sin más pensarlo, me metí en la cama.
Al despertarme oí voces hablando, me levanté, y, cuidadosamente, fui hacia ellas.
-No sé por qué le dejas que se quede aquí.
-¿Qué tiene de malo? Necesitaba ayuda. ¡Está anoréxica! Y no creo que sea porque quiere, además, creo que le pasa algo. No conocía el grifo. Así se adapta mejor a la actualidad. Es justo. –Decía la voz de Blake.
-Pero la has metido aquí por tu cuenta, no nos has pedido permiso. Tú no eres el que organiza esto. –Comentó la voz de otro chico.
-Pero nos necesita. –Le respondió Blake.
Decidí intervenir, así que me asomé por la esquina de la cabaña, y allí estaban todos desayunando.
-Buenos días. –Dije.
Todos se callaron al instante, y me miraron incrédulos. Al parecer, no me habían visto bien mientras dormía o algo así.
-Si molesto me voy… -Añadí con tristeza.
-¡No! –Exclamó el otro chico. – No hace falta, te puedes quedar.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Capítulo 1.1

Quiero empezar una nueva historia, y aquí la tenéis, espero que os guste, es completamente diferente a lo que he escrito con anterioridad y consiste en dos partes, bueno, ya lo vereis.


Me puse a mirar por la ventana. Un señor con una chaqueta andaba con velocidad, no tenía ni idea de dónde podría ir, con el calor que hacía… Después una chica con el pelo largo y un vestido de flores…
Dejé de jugar al solitario, y plegué la pantalla del portátil. Sobre mi silla, puse los pies en el canto de la mesa, y me impulsé hacia atrás. La silla comenzó a moverse hacia una pared, rápidamente me di la vuelta, y apoyé los pies esta vez en la pared, y me volví a impulsar. Hice esto varias veces, hasta que las ruedas de mi asiento chocaron con un calcetín, y volcó. Caí al suelo boca abajo, la silla rebotó en mí, y cayó al suelo. Me levanté sin esfuerzo, y la coloqué en su sitio. Eran las doce de la mañana, un intenso Sol alumbraba mi habitación entera, hasta el último resquicio que pudiese haber.
Me puse delante del ropero, y abrí las puertas correderas. Dentro había un montón de ropa arrugada, sobre una tabla. Abrí el cajón y cogí una camisa de cuadros celeste, y unos vaqueros piratas.
Me metí en el baño, y me quité la camiseta. Me lavé la cara y el agua me cayó por la espalda. Al mirarme en el espejo, vi mi rubio flequillo mojado y la melena que por poco me rozaba el cuello. Miré los lunares que tenía en los hombros, y las pecas que resaltaban en mis mejillas. Después, me miré a los ojos convenciéndome que iba a ser un buen día, que iba a divertirme. El verde pareció confirmarlo, parecían más claros que nunca.
Cogí la camiseta y me la puse, mientras pensaba en qué pasaría dentro de una hora. Cuando me di cuenta ya estaba vestido, cogí el peine y me peiné con velocidad. Salí y me puse las deportivas.
Coloqué en la mochila una botella de agua, un bocadillo, y un saco de dormir. Me la puse y salí de casa.
Era muy temprano aun, así que decidí ir andando, Cedric me iba a esperar en la plaza, y aun que estaba lejos, me daba igual, quería que el tiempo pasase más rápido. A cada paso imaginaba cómo serían. Se suponía que se iba a traer a unas amigas de su novia. A cada paso me imaginaba una figura, un rostro, quería saber cómo eran, qué haríamos. Cuando llegué había pensado en tantas personas que no me acordaba ni cómo era Cedric, pero al instante llegó, y, para mi sorpresa, venía solo.
-¿Dónde están…? –Pregunté extrañado.
-Ahora vienen, dijeron que se iban a dormir juntas, y que ya vendrían a la vez. No sé, cosas de chicas.
Eso me tranquilizó mucho más. Siempre había tenido éxito con las chicas, o ellas conmigo, porque al final nunca me acababa enamorando de ninguna. Y a mis dieciocho años, estaba soltero, y sin amigas. Por supuesto, ninguna quería nada más que amistad, y no entendía por qué.
Finalmente, llegaron ellas. Al principio, un poco desorientadas, comenzaron a buscarnos entre tanta gente, pero sus miradas nos hallaron, y se acercaron hacia nosotros.
-¡Hola! – Saludó con alegría una chica.
Esta misma chica besó en los labios a Cedric, así que supuse que era su novia. Las otras dos chicas me miraron, evitando la embarazosa situación de estar presentes delante de la pareja.
-Bueno. –Exclamó al fin Cedric. –Ellas son Cathy y Alex. –Dijo señalando primero a una chica alta y delgada, pelirroja, sonrojada  con unos ojos celeste intensos, luego señaló a otra algo más bajita, con el pelo tintado de negro, y un iris grisáceo que se escondía alrededor de unos ojos pintados muy oscuros.
-¿Qué tal? –Pregunté.
Nadie me contestó, son embargo, Cedric comenzó a charlar sobre qué ruta cogeríamos para subir a la montaña, e ir de camping a un bonito campamento que había en la cima.
-Podemos coger la más larga, que es muy horizontal, pero hay muchos obstáculos, tanto árboles, como piedras. Sin embargo, la otra es mucho más empinada pero directa. ¿Cuál os parece mejor? Yo, sinceramente voto por la corta. Así podremos disfrutar más tiempo del campamento.
-Yo… yo pienso lo mismo que tú. –Contestó la chica sonrojada.
-Sí, haríamos más ejercicio, ¿no? Siempre es más pesado cuesta arriba. –Añadió la novia de Cedric.
Cuando me di cuenta todas las miradas se dirigían hacia mí, y, avergonzado, asentí.
-¡Pues vamos! –Concluyó este.
Nos dirigimos hacia la montaña, oía las risitas detrás de mí, así que decidí ir más lento, y hablar con ellas.
-¿Qué tal chicas? –Pregunté.
Ambas volvieron a reír, pero, en seguida la morena me contestó.
-Pues muy bien, pero claro, peor que tú. ¿No es así? Porque, con lo fuerte que estás…
Le sonreí y me acerqué aun más a ella.
-¿Cómo os llamabais? –Pregunté.
-Yo soy Alex. ¿Y tú?
-Blake.
-Vaya, que nombre tan… interesante.- Comentó con una sonrisa socarrona.
-No pasa nada, yo hasta hace poco creí que Alex era nombre de chico. –Dije empujándole el hombro.
-¡Oye! –Exclamó. –Y ella es Cathy.
-Hola Cathy. –Le saludé.
-Hola. –Contestó tímidamente.
Alex me agarró del brazo sonriente, no me gustaba, no sentí nada cuando me tocó, pero me divertía con ella. Pocas veces había sentido algo por alguien. No recordaba exactamente cuándo, pero creía que alguna vez me había gustado alguien. O quizás no, pero pensaba tener amigas, y este verano quería enamorarme, no iba a esperar más.
Continuamos hablando por el camino,  pero, comenzaba a anochecer, y decidimos acampar. Ayudé a montar la tienda, que la llevaba Cedric, mientras las tres chicas se ponían a hablar. Mientras él montaba algo en la tienda, me di la vuelta.
-¿Estáis cómodas? –Pregunté.
-Sí, bastante. Es interesante cómo trabajáis. –Contestó Alex.
-Pues sí. –Dijo con una mirada perdida la novia de Cedric.
-Eh… ¿y tú, cómo te llamabas?
-¿Yo? –Preguntó ella. – Audrey.
-Ah, que bien, ahora me entero como se llama la novia de mi amigo.
-Tú, deja de ligar y ven aquí. –Me regañó.
-Me reclaman. –Dije marchándome.
Ellas rieron y eso me hizo sentir bien. Terminamos de montar dos tiendas cuando era completamente de noche.
-Oye tío, que yo quiero dormir con Audrey. –Dijo Cedric.
-¿Qué? ¿Y yo me quedo fuera? –Pregunté.
-Puedes quedarte con ellas.
Ambas rieron, pero a mí no me hizo tanta gracia, sin embargo, tampoco había nada malo en dormir con amigas.
Finalmente colocamos dentro los sacos de dormir, y nos tumbamos sobre ellos. Accedí a poner el mío en medio. Estuve un rato hablando con Alex, mientras que Cathy se quedó dormida. Me sentía incómodo, ya que cada vez ella se acercaba más a mí. No sabía cuánto tiempo pasó, pero nos quedamos dormidos nosotros también.